LOS PIES AZULES… (SAN PETERSBURGO) ©

Aquellos jarrones de alabastro. Eran bellísimos. Sólo en un país así podían existir gatos azules. Únicamente en esta ciudad el agua surge a chorros con arabescos de plata y se estrella contra el suelo en adoquines salpicados por panes de oro. Es gris y verde. Dorada y fría. Suntuosa y miserable. Misterios del Norte desvelados únicamente por melancólicas historias y por vidas arrebatadas.
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Era Borya para los amigos como yo, o Boris Gudanov oficialmente. Se mesaba el cabello rubio en forma de coleta hacia un lado. Le daba ese aire de Taras Bulba asiático mezclado con los primitivos rus procedentes del norte. Aquellos que dibujara Gogol, con una barba rala, que nada indicaban su plácida manera de ser, frente a la dureza de sus antecesores cosacos. Era un intelectual reconvertido a funcionario del último escalafón con un sueldo miserable que apenas le daba para comprar bolígrafos extraños llenos de color y bastos papeles de estraza donde conjeturar una suerte cambiante.
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Las setas, la cebolla picada y las papas fritas eran el suculento manjar que desprendía el aroma de los bosques en Tsárskoye Seló derramándose cerca de las mil fuentes mitológicas cuando la primavera aun no se había atrevido a asomar.
El joven ruso aspiró el olor sentado en los escalones de piedra frente al palacio de Santa Catalina. Comparó inconscientemente aquel arrullo de sonidos de aguas bombeadas por los surtidores con los bramidos crisoelefantinos del mar báltico.
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«¡Adiós, pues, mar! No he de olvidarme de tu espléndida belleza, y oiré al caer la tarde tu voz, tu fragor que embelesa.» (Alexander Pushkin).

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El alma insondable de un solo poeta rompe a nadar desde que nace su primer verso. En el bosque… pie a tierra, como en el mar, con la rodilla besando la amura de estribor, se sentía cual marinero alejado del puente de mando… arrojado a campos de frutales, alineaciones interminables del cultivo de papas que habían sustituido al desarraigo salvaje de la tundra, reduciendo sus reductos a lomas casi imperceptibles.
Retumbaba en sus oídos una cantinela oída en El Eco:
«… y a los gritos del rústico pastor
de súbito contestas,
no te responde nadie en derredor… ¡como tampoco al poeta!» (*)
Aquella soledad querida, frente a las hordas de turistas de todas las nacionalidades, le intimidó. Sus dedos temblorosos describieron círculos en los tallos de palisandro con la gubia de sus uñas.
Borya escribió un solo verso:
«Si el cielo no se abre, se cerrarán las bocas de los mastines y no se alimentaran sino de mi propia carne.» (**)

Los nubarrones escurrieron una llovizna suave sobre las columnas Stolvy y las flores agradecieron las caricias que rezumaban del cielo.
Los pies impecablemente azules cuarteados por las venas se volvieron raíces bajo las plantas de Boris Gudanov, dándole la confianza necesaria para seguir poseyendo su propio destino. Una sirena de anochecer tocó el vals número dos de D. Shostakóvich, y el alma del frustrado poeta se amansó volando suavemente sobre los barrios negros de la Gran Píter.
Y así, una vez más, A. Pushkin volvió al encuentro de Borya para describirle su propio estado de ánimo.

«Ya vague por las calles bulliciosas,
ya penetre en el templo populoso,
ya me rodeen alocados jóvenes,
en mis ensueños sigo estando absorto.»
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El despertar de la inspiración renace incesantemente en las norias de agua, dando vueltas y cabriolas, llevando por el viento en volandas los estados de ánimo de cada persona.
Aprovéchalas como lo haría Borya.

José Félix Sáenz-Marrero Fernández

21/4/2015 (desde el tibio sol que llega del norte…)

Notas :
Traducciones de la página fb del escritor Ignacio Merino
(*) «El Eco».1831. Traducción y versión de Juan Luis Hernández Milián.
(**) Verso suelto de J.F.S-M.F.

Imágenes:

Museo de L’Ermitage
Pórtico de los Atlantes
Las Tres Gracias
Ánfora griega
Gato azul de Rusia. Del Autor.

Música : Vals n.2 de Shostakovich